“Del garbanzo al corazón” – La historia de Osvaldo e Isabel
Hace muchos años, en las calles soleadas de un pequeño pueblo mexicano, se escuchaba el silbido alegre de un carrito de garbanzos. Al frente de ese carrito estaba Osvaldo, un joven de 17 años, trabajador, soñador, y con un corazón más grande que su canasta de garbanzos al vapor.
Cada tarde, con el vapor levantándose como incienso de esperanza, pasaba por ahí una muchachita de 15 años llamada Isabel. Tenía ojos vivaces, una trenza que se movía como serpiente al caminar, y una sonrisa que desarmaba incluso al más bravo.
Pero en lugar de conquistarla con flores o piropos, Osvaldo eligió otro camino: la burla juguetona.
—“¡Ahí viene la fea!” —le gritaba entre risas desde su carrito.
Isabel, sin quedarse atrás, le respondía con picardía:
—“¡Feotu!”
Así, entre garbanzos humeantes y palabras que en realidad escondían cariño, comenzó la más curiosa historia de amor. Nadie en el pueblo entendía cómo esos dos, que se la pasaban insultándose de broma, en realidad se estaban enamorando.
Pasaron los años, los garbanzos se vendieron por montones, y lo que empezó como un juego de palabras se convirtió en un lazo indestructible. Osvaldo e Isabel unieron sus vidas con la misma sencillez con la que uno comparte un plato caliente en la calle: con amor, con humor, y sin pretensiones.
Hoy, el joven garbancero y la chica “fea” que lo llamaba “feotu” tienen cuatro hijas y un hijo, todos criados con los mismos ingredientes que los unieron: cariño, risas y un corazón lleno de historias para contar.
Y aunque los años han pasado, Osvaldo aún dice, con una sonrisa traviesa mientras pela garbanzos:
—“¡Fea!”
E Isabel, desde la cocina o el jardín, sin fallar, contesta:
—“¡Feotu!”
Porque el verdadero amor no siempre empieza con flores o poemas… a veces empieza con garbanzos y una buena broma.