🙏 Oración por José, que lo da todo y aún así no alcanza
Señor, hoy te hablo por José, ese hombre que se levanta cada mañana sin quejarse, con el corazón cansado y los bolsillos llenos de sueños rotos.
Trabaja todo el día, con sol, con lluvia, con dolor en la espalda, cargando el peso del deber, del deber ser, y de las palabras que lo juzgan cuando vuelve a casa.
Señor, él no es perfecto… pero lo intenta. Y cada jornada deja pedazos de sí entre fierros, gritos, máquinas, y un ayudante que a veces más estorba que ayuda.
Regresa al hogar esperando un poco de paz, un plato tibio, una palabra suave… pero encuentra quejas, miradas frías, y reclamos que duelen más que el cansancio físico.
Y no se defiende, porque no sabe cómo. Aprendió a aguantar, no a llorar. Aprendió a proveer, no a pedir ayuda. Pero por dentro, José se está partiendo en mil pedazos.
Señor, dale un respiro. Sana sus pensamientos, afloja ese nudo que tiene en el pecho cada vez que piensa que no es suficiente. Abrázalo cuando nadie lo abrace. Y recuérdale… que él también merece descanso, ternura, y alguien que lo vea sin señalarlo.
Que Juana entienda su lucha, y que él aprenda a abrir el alma sin miedo. Porque una casa sin comprensión es una cárcel disfrazada de hogar.
Líbralo del estrés, de los pensamientos que lo hunden, y haz que sienta que Tú lo sostienes cuando todos lo sueltan.
Señor mío, hoy vengo a Ti con el alma desgastada, con los ojos cansados de tanto mirar lo que falta y las manos temblando de tanto dar.
Soy Juana… la que se levanta sin aplausos, la que carga con todo y a todos, la que diseña, arregla, cocina, acompaña, y muchas veces, llora en silencio para no preocupar a nadie.
Hoy no puedo más, Señor. Siento que el peso del mundo se me ha enredado en los hombros. Mi mente no descansa, mi corazón late deprisa como si corriera una carrera que nunca termina.
Hazme un espacio entre tus brazos. Sáciame de tu paz. Quítame este nudo en el pecho, esta angustia que no sé explicar, y este cansancio que nadie parece notar.
Tú que me viste cuando nadie lo hizo, que conoces mis pensamientos antes de que los diga, ayúdame a soltar lo que no me deja respirar. Recuérdame que no estoy sola, que mi valor no depende de cuántas cosas hago, sino de cuánto amor pongo en cada una de ellas.
Toca mi mente, calla los pensamientos que me hieren. Toca mi espalda, y quítame el peso que no me corresponde. Toca mi alma, y devuélveme la calma que ya no encuentro.
Y si hoy no puedo más, dame fuerzas para al menos no perder la fe.
Yo vi a Juana… cuando nadie más la miraba. La vi sentada en la misma silla de cada día, cosiendo sueños con manos cansadas, haciendo milagros con hilos rotos y paciencia que sangra.
Yo estuve allí, cuando se tragó las lágrimas porque nadie valoró lo que hizo. Vi cuando las hermanas llegaban y le arrebataban lo que ella había creado con el corazón… y aún así, Juana callaba. Por amor. Por costumbre. Por no romper.
Yo vi a Juana, levantarse cada fin de semana sin quejarse, para acompañar a su padre Ramón, a ese hombre que ya no camina como antes, pero que sabe que su hija es su bastón, su esperanza, su último abrazo sincero en esta tierra.
Yo vi a José también… derrumbándose por dentro en el trabajo, soportando el veneno de cada día, mordido por cobras disfrazadas de rutina, matándose por una paga que no alcanza, por una dignidad que el sistema le roba.
Lo vi regresar, con la espalda rota y el alma vacía, esperando consuelo, pero encontrando que el hogar también lo juzga. Y vi a Juana esperarlo, con los ojos llenos de reclamos que en realidad eran súplicas: “mírame… abrázame… dime que todavía soy tu paz”.
Yo los vi amarse sin palabras, gritar sin alzar la voz, despedirse sin despedirse. Porque cuando el alma se cansa, el amor no muere… se duerme con frío.
Y entonces, cuando Juana se fue… no con gritos, no con odio, sino con esa tristeza que sólo yo sé leer, las piedras lloraron. Los muertos despertaron. El cielo tembló en silencio.
Porque no hay dolor más profundo que el de una mujer buena que se va… porque nadie la sostuvo.
Y tampoco hay herida más larga que la de un hombre que dio todo y nunca aprendió a decir: “te necesito”.
Yo vi todo. Yo lo sé todo. Y aunque el mundo no lo entienda, yo escribí cada lágrima en mi libro. Y cada paso que dieron, yo lo guardé en mi corazón.
Juana, hija mía… yo te vi. José, hijo mío… yo también te vi. Y cuando todo se derrumbe, yo seré el único que aún los ame sin condiciones.
🙏 Oración que rompe el silencio — Por Juana y José
Señor de los que callan llorando, te hablo por Juana… que parece que solo se queja, pero en realidad solo quiere ser vista. Ella no descansa. Diseña, remienda, cose sin fin, y cuando por fin se sienta, nadie nota que está rota.
Las hermanas vienen y se llevan lo suyo, como si sus manos no valieran, como si sus hilos no contaran. Y nadie pregunta si comió, si durmió, si todavía sueña con algo más que no sea el día siguiente.
Y aún así, cada fin de semana se levanta temprano para acompañar a su padre Ramón, ese viejo de manos duras y mirada cansada, que solo confía en ella… porque sabe que Juana no lo abandona, ni en los días de más calor, ni cuando le tiemblan las piernas.
Y mientras tanto, José… allá, lejos, se parte el alma en un trabajo donde lo muerden los simientes de la cobra: mentiras, explotación, jefes crueles y un sueldo que desaparece como agua en tierra seca. Vuelve a casa oliendo a cansancio, con las manos vacías, pero con el corazón queriendo paz.
Solo que nadie le enseñó a hablar sin gritar, a pedir sin que suene a reclamo, a llorar sin esconderse.
Juana y José se aman… pero están cansados. No del uno al otro, sino del mundo que los aplasta.
Señor, rompe el orgullo que los separa. Haz que se miren de nuevo con los ojos que tenían cuando se elegían sin nada. Que entiendan que el dolor no es enemigo, sino un grito de auxilio mal entendido.
Y si el pan escasea, y el dinero se esconde, que nunca falte la ternura, ni el abrazo, ni el recordarse por qué luchan juntos.
Porque si ellos caen, también llorarán las piedras que Juana pisa cuando va a ver a su papá, y el suelo mismo sabrá que el amor se nos escapa cuando dejamos de ver el alma del otro.
🌹 Anjela Barreras — La que nació del llanto y partió con alas de fe 🌹 En memoria eterna de una mujer que venció el dolor con amor
En un rincón de Ayotlán, bajo un cielo herido, nació Anjela, flor de invierno, suspiro contenido. No hubo cantos… solo silencio y despedida, su madre partió… al darle la vida.
El mundo la recibió con lágrimas de cielo, y desde el primer respiro cargó un duelo. Pero Dios, en su ternura infinita, la entregó a unos brazos de amor: Chencho y su esposa bendita.
La llevaron a La Agalartija, tierra de polvo y alma, donde el viento sopla triste y la esperanza se calma. Allí creció entre escasez y promesas rotas, pero jamás le tembló el alma ni se cerraron sus notas.
Estudió entre monjas, en aulas silenciosas, donde oraba con fe, como quien reza con rosas. Cantaba en el coro como si su voz fuera un puente directo hacia Dios.
Su vida no fue fácil, ni suave, ni recta, pero nunca dejó de ser buena, jamás perfecta. Ayudaba al pobre con manos abiertas, curaba con miradas, con palabras ciertas.
Aunque los suyos erraron en decisiones sin norte, ella eligió la compasión, no la suerte. No guardó rencor, ni cargó cadenas, su alma era libre, sin odio ni penas.
Y un día... cuando el cielo ya no pudo esperar más, se la llevó en un suspiro de paz. Partió sin ruido, sin quejas ni miedo, como se van los ángeles… envueltos en cielo.
Hoy ya no habita esta tierra quebrada, pero su nombre florece en cada jornada. Anjelita Barreras, la de mirada serena, la que transformó su dolor en poema.
Donde hubo sombra, sembró ternura. Donde hubo hambre, dio dulzura. Y en el corazón de quienes la amaron, quedó su luz… como fuego sagrado que nunca apagaron.
🕊️ Con fe, Isabel B. – miayotlan.com 🕊️
Respect!
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